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DAVID VALLEJO CÓDIGOS DEL PODER |
30 Abr 2025
Hay una etapa de la vida en la que todo es posible. En la que las piedras del camino se convierten en naves espaciales, el miedo se ahuyenta con un abrazo, y una carcajada puede iluminar un cuarto entero. Esa etapa se llama infancia, y es lo más sagrado que tiene una sociedad. Lo que haga un país con sus niños es, en el fondo, lo que piensa de sí mismo. Y lo que será mañana.
Hoy existen más de 2,200 millones de niños en el mundo. Ojos grandes, pies pequeños, corazones que no entienden de fronteras ni odios. Vienen al mundo con la certeza de que alguien los cuidará. Pero a millones, esa promesa se les rompe demasiado pronto.
UNICEF estima que más de mil millones de niños sufren violencia cada año. En México, seis de cada diez han experimentado formas violentas de disciplina en casa. ¿Qué tipo de adultez espera a un niño que aprendió a temer antes que a confiar? ¿Qué país puede crecer si su base se construye con gritos?
Pero hay violencias más sutiles que los golpes. Está el niño que intenta hablar y lo callan. La niña que pregunta algo importante y recibe como respuesta una pantalla encendida. El adolescente que se ríe fuerte, y es regañado por interrumpir la rutina. Les enseñamos a callarse. A dudar de lo que sienten. A pedir disculpas por ser niños.
Y ahora, a todo eso, se suma el brillo artificial de las redes sociales. Nunca antes un niño tuvo tanta exposición. Niñas que aprenden a posar antes de aprender a sumar. Niños convertidos en contenido, mientras sus emociones se archivan. Likes en lugar de abrazos. Seguidores en lugar de tiempo. Infancias medidas por métricas.
Y sin embargo, nos seguimos preguntando por qué el suicidio es ya la cuarta causa de muerte entre adolescentes. Como si no fuera evidente que están cansados. Como si no escucháramos lo que gritan en silencio.
Cuidar a un niño no es solo alimentarlo, vacunarlo o mandarlo a la escuela. Es mirarlo con respeto. Escucharlo con paciencia. Validar sus miedos aunque parezcan absurdos. Es decirle con gestos que su voz importa, que sus lágrimas no estorban, que no tiene que ser perfecto para ser amado.
Porque hay niños que tienen todo… menos ternura. Que tienen casa, pero no refugio. Que tienen juguetes, pero no tiempo compartido. Que tienen escuela, pero no palabras amables. Y eso también es pobreza.
Quien fue amado en la infancia no necesita destruir a otros para sentirse fuerte. Quien fue escuchado no necesita gritar. Quien fue abrazado no necesita herir.
La infancia no es una antesala. Es un mundo entero que se vive con intensidad, con urgencia, con una sensibilidad que los adultos ya olvidamos. Y protegerla no es un deber burocrático. Es un acto de civilización.
El futuro no está en los tratados, ni en los discursos, ni en las reformas. El futuro está en la mirada de un niño que cree que puede volar. Y si lo miramos bien, si lo cuidamos con la delicadeza que merece, quizá volvamos a creer también nosotros.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA lo permite.
Placeres culposos: Pasar algunas horas jugando con los hijos. Ver algunos capítulos del chavo del 8 o cinema paradiso desde la adultez.
Una paleta de colores para Greis y Alo.
Esta es opinión personal del columnista