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PEDRO CHAVARRÍA DISECTOR |
22 Dic 2025
Este es un gran anhelo para muchos hombres y mujeres, sin embargo, damos por descontado que sabemos lo que queremos para ser felices, y eso pocas veces resulta cierto, o al menos no acertado.
En primer lugar, deberíamos intentar una definición, o mejor, un concepto. ¿Qué es la felicidad? Podría pasar revista a lo que muchos filósofos y pensadores han escrito, pero quiero hacer un recuento personal de mis propios conocimientos y reflexiones.
La felicidad es resultado de un proceso que se puede desarrollar de diferentes maneras, dependiendo de la persona y las circunstancias. Sucede en el cerebro, lo que, ya de entrada le proporciona un sello personal. Este proceso se “siente”, es decir, es algo que se experimenta en primera persona: yo siento que estoy feliz. Aquí cabe un matiz importante. En español, ser y estar son cosas diferentes. Estar es algo temporal y ser es algo que se da a más largo plazo, eventualmente puede ser interrumpido, sin perjuicio de que se retome posteriormente.
Estar feliz es resultado de algún evento externo, aunque también puede ser interno. Puedo estar feliz por haber recibido un premio -factor externo-, pero también puedo estarlo por haber tenido una idea innovadora, por muy pequeña y simple que se quiera, tener ideas propias es resultado de poner a trabajar a nuestro cerebro, para que se esfuerce en hallar conexiones o divisiones, o implicaciones, donde antes no las había. Y ese resultado de dar con una visión nueva de algo, me hace estar feliz.
Ser feliz es un poco más complicado, porque alude a una característica que acompaña a una persona de modo continuo. Es también un proceso, pero una vez echado a andar, tiende a mantenerse, de modo que lleva a caracterizar o calificar una vida con ese sentimiento más o menos permanente. Puede resultar de diferentes circunstancias, pasadas, o presentes. Es decir, alguien puede ser feliz porque ha tenido logros, que a su vez producen beneficios o hacen felices a otras personas. El sujeto que se siente feliz percibe una sensación que puede oscilar entre dos extremos: tranquilidad o excitación.
Sea que la felicidad se experimente como tranquilidad o su extremo opuesto, el propio sujeto se reafirma en su posición, cualquiera que esta fuere. Piensa que ha hecho, o está haciendo las cosas bien. Desde esta perspectiva, sentirse apacible o tranquilo, representa un estado más duradero que su extremo contrario. Por razón natural, la excitación consume recursos energéticos, bien físicos, bien mentales, y eso tiene sus limitaciones; eventualmente se extingue. Felicidad verdadera representaría un estado de mantenimiento, una especie de “velocidad de crucero”.
Ese estado de cierta permanencia solo puede venir de valorar resultados pasados, aunque estos puedan proyectarse a futuro. Quizá nos acercamos a la noción de perfección. No requiere ni un solo golpe más ni un toque adicional. Trasladado al estado de felicidad de una persona, se traduce en estar satisfecho con lo que se ha hecho/hace, sin desear algo más. No tener más deseos lleva a un estado de calma que no se alcanza mientras queden pendientes.
Cabe preguntarse si podemos alcanzar ese estado de calma y no tener más deseos ni identificar pendientes. Esto nos lleva a la idea de una vida contemplativa en la que no necesitamos esforzarnos más que en mantener ese estado de calma, que he equiparado con “ser feliz”. Si bien se mira, resulta que los seres humanos difícilmente alcanzamos ese estado de paz interior resultante de la perfección. Siempre nos quedan uno o más golpes de cincel para terminar la escultura; acaso pulimentar la superficie, pero algo suele faltar, lo que hace prácticamente imposible ese estado de reposo.
Existe una “salida lateral”: reconocer que nuestra obra no es perfecta, pero sí funcional, y con eso nos contentamos. Si de nuestro proceder se derivan beneficios parciales, con eso damos por terminada su ejecución y dejamos que funcione, sea un objeto material, una empresa o inclusive el desarrollo de una persona. Es una solución práctica: hemos hecho algo que funciona de un modo que lo consideramos al menos aceptable y así podemos alcanzar esa paz interna.
La calma viene asociada con pensamientos autoafirmantes: he hecho lo que he podido y funciona; requiere ajustes que otros podrán hacer. Esos pensamientos, llevados al terreno biológico son resultado de funciones cerebrales, derivadas de la producción, liberación e intercambio de sustancias químicas -neurotransmisores- entre neuronas. Lo que una libera, otra lo capta y se transforma de varias maneras, quizá liberando a su vez otros neurotransmisores o produciendo mini descargas eléctricas que se transmitirán a grupos neuronales específicos, y así se forman redes celulares dinámicas que se expresan en lo que llamamos pensamientos, que en este caso relajan el cuerpo y disminuyen la producción de pensamientos apremiantes.
Todo pensamiento trae consigo consecuencias, desde reflejos, es decir, movimientos involuntarios, musculares o viscerales, que a su vez estimulan a otras neuronas y órganos, hasta estados de ánimo y motivaciones. Esta intercomunicación es compleja y altamente dinámica, pues cambia segundo a segundo. Es lo que podemos identificar en el fondo de lo que llamamos estado de consciencia, aunque realmente no hemos logrado entender qué es esto de la consciencia.
Escribo consciencia, con sc, a diferencia de conciencia, solo con c, para distinguir entre dos conceptos diferentes, con sc me refiero a que yo sé que soy yo, es decir, me identifico a mí mismo y detecto mis estados de ánimo. Estado de conciencia -solo con c- se refiere básicamente al estado de alerta de una persona, lo que le permite escuchar, comprender y obedecer instrucciones.
Algunas personas con daño cerebral pierden parte de su estado de conciencia, igual que lo pierden los que están dormidos, sin embargo, al ser estimulados, estos despiertan -readquieren su estado de conciencia-, en tanto que otros -en estado de coma- no despiertan; a veces abren los ojos y obedecen órdenes simples, pero no pueden interactuar en una conversación normal. Así que el estado de consciencia alude a pensamientos de alto nivel, que me permiten reconocerme y reconocer mis estados de ánimo, entre ellos el de felicidad, y dentro de este distinguir si estoy o soy feliz.
Reconozco que estoy feliz cuando atribuyo mi estado anímico como resultante de un evento concreto más o menos distante, es decir, desde el presente hasta un pasado variable. Reconozco que soy feliz cuando percibo un estado de calma y tranquilidad que caracteriza mi vida a largo plazo. Podría darse el caso de que piense que a partir de ciertos eventos y decisiones seguiré feliz al paso de los años, pero esto es solo una suposición y está por verse si sucede realmente, en tanto que un verdadero estado de felicidad deriva de toda una historia de vida, en la que reconozco que he hecho bien las cosas.
Resulta entonces que el estado de ser feliz, que no de estar feliz, requiere cimientos y raíces profundas en el tiempo. Se producen pensamientos autoafirmantes derivados de la liberación puntual de neurotransmisores cerebrales que reclutan neuronas en redes que producen más pensamientos autoafirmantes: estoy haciendo bien las cosas. Obviamente es un juicio de valor: a mi entender, lo que hago es correcto. Puedo estar equivocado, u obedecer a intereses egoístas y ello me puede producir satisfacción.
Finalmente, el estado de felicidad es algo personal; podemos entender que fines retorcidos y malévolos produzcan bienestar interno a ciertas personas, que más que felices, se encuentran en estado de excitación, producto de otros neurotransmisores liberados en otras regiones cerebrales, que pueden reclutar y formar redes neuronales similares a las descritas en el estado de felicidad, pero tienden a mantener al sujeto con miras a más logros, que eventualmente producen perjuicios a terceros, aun cuando beneficien a sus allegados y al mismo sujeto.
Si pudiéramos graficar una curva de felicidad, esta mostraría dos componentes: uno ascendente rápidamente, hasta alcanzar un máximo, que a continuación baja más lento de lo que subió, tiende a cero, pero no llega a ese punto, sino que se prolonga indefinidamente y tiende a ser horizontal. Estar feliz equivale a esos picos de ascenso, que luego descienden de manera ostensible, pero, pasado un tiempo variable, se estabiliza y así continúa, lo que representaría al “ser feliz”. Picos de “estar feliz” y pendientes suaves o líneas casi horizontales, de “ser feliz”.
Los picos de felicidad son pasajeros, las horizontales de ”ser feliz” son duraderas, o al menos deberían serlo. ¿Qué vale más: muchos picos de felicidad, o una línea estable? Difícil decirlo. Cada persona puede tener diferentes perspectivas. Si partimos de lo biológico, los picos de felicidad desgastan emocional y físicamente, al tiempo que nos mantienen alertas, en búsqueda continua para mantener el estado que le provoca una sustancia. Se antoja que un estado perpetuo de búsqueda de felicidad intensa, no parecería corresponder a un verdadero estado de felicidad; los altibajos tienden a producir desasosiego, sobre todo en las bajadas.
Como todo en la vida: se trata más de equilibrio y balances, que de oscilaciones que llevan a grandes alturas, pero que necesariamente habrán de bajar. Quizá una receta estabilizadora sea recurrir a una mezcla, con picos relativamente espaciados y largos intervalos de calma y tranquilidad. En alguna época los adictos se identificaban con el consumo excesivo de alcohol, tabaco u otras drogas. Desde hace un tiempo se han hecho aparentes otras adicciones: al trabajo, al peligro, al sexo, al ejercicio, a los videojuegos y otras más. Todas representan intentos de lograr “estar feliz”, aunque sabemos que no funcionan bien.
Si tengo que buscar continuamente satisfactores (trabajo, poder, dinero, etc), entonces será difícil lograr “ser feliz”. Lo que se busca con esos satisfactores no son objetos externos, ni impacto en otras personas, sino picos de neurotransmisores cerebrales que nos hagan sentir placer intenso y a corto plazo. Es nuestro cerebro quien nos pide más sustancias internas, liberadas por el mismo cerebro para reclutar más neuronas y así formar grandes grupos de estas que reafirmen al sujeto en sus decisiones y actuaciones. Los picos de “felicidad” viene de liberar adrenalina, los valles de felicidad vienen de liberar dopamina en nuestros cerebros, aunque toda simplificación es limitada.
La felicidad es algo muy complejo; el enfoque biologicista solo puede dar cuenta de fenómenos en el sótano, pero se le escapan los eventos que ocurren en los pisos superiores. Estar feliz se da en ráfagas, ser feliz produce una luminosidad pacificadora duradera. No es fácil mantener iluminación estable y continua, pero, ya sabiendo que hay diferencias entre estar y ser feliz, tenemos un mapa del camino. Conviene escoger y balancear lo mejor posible. Les deseo felicidad duradera a todos mis lectores y no lectores.
Esta es opinión personal del columnista