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Infancia digital
DAVID VALLEJO
CÓDIGOS DEL PODER

10 Dic 2025

Escribo estas líneas desde la inquietud y el cariño de un padre que observa a su hija de once años pasar largos ratos frente a su iPad. A veces me acerco y la veo saltar entre videos, juegos, fotos, mensajes y risas que parecen inocentes. Sin embargo, detrás de esa rutina descubro algo más profundo. Ella está creciendo en un mundo donde la identidad se forma también a través de aquello que mira en silencio. En sus manos no hay un simple dispositivo. Hay un territorio emocional que la acompaña mientras intenta comprender quién es.


La transformación comienza de manera discreta. Surge cuando una adolescente revisa una imagen y decide si la comparte. Se percibe cuando compara su vida con la de otras personas que jamás ha visto en persona. Se manifiesta en la lectura que hace de cada reacción que recibe. En esos momentos se moldea su identidad con una intensidad que desde afuera cuesta advertir.


Las redes sociales ofrecen creatividad y convivencia, aunque también generan una presión constante que modifica la autoestima. Una investigación reciente de la Universitat Pompeu Fabra y de la Universitat Oberta de Catalunya, elaborada con más de mil adolescentes, muestra que plataformas como TikTok e Instagram afectan con mayor fuerza el bienestar emocional de las chicas. Un reportaje de El País analizó este hallazgo y subrayó el riesgo que implica la comparación constante. Ese efecto se acumula. La seguridad interior se vuelve vulnerable. La percepción que una joven tiene de sí misma se ve empujada por expectativas que avanzan con rapidez y nunca se detienen.


En muchos hogares se piensa que el uso del teléfono es entretenimiento. Para ellas es algo distinto. La pantalla se convierte en un lugar donde organizan ideas sobre su cuerpo, su valor, su presencia en el mundo. Reciben mensajes que sugieren formas de verse, actuar, sentir. Sin ninguna obligación explícita, terminan atrapadas en una exigencia silenciosa que desgasta. Pierden energía emocional que podría dirigirse a construir proyectos, afectos, propósito.


La respuesta más útil surge de un acompañamiento consciente. Conversaciones que permitan identificar emociones y dudas. Espacios donde se sientan escuchadas con paciencia. Herramientas que las ayuden a distinguir entre la vida editada que aparece en sus dispositivos y la vida real que construyen con esfuerzo y autenticidad. Cuando ese acompañamiento existe, la relación con las redes cambia. La tecnología se vuelve herramienta, no medida de valor.


Las adolescentes buscan afirmación. Buscan un entorno que reconozca su valor genuino. Buscan la libertad de avanzar sin la carga de comparaciones interminables. Cuando reciben apoyo, descubren que pueden crear, compartir y aprender sin sacrificar su identidad. Hallan un equilibrio que les permite avanzar con seguridad y alegría.


La generación que crece hoy vive una intensidad emocional que requiere comprensión profunda. Su mundo digital forma parte de las preguntas esenciales sobre quiénes son y qué desean. Una sociedad capaz de entender esto ofrece herramientas para que sus jóvenes se desarrollen con serenidad. Construye entornos que fortalecen su bienestar en lugar de desgastarlo.


Acompañarlas es un deber compartido. En su equilibrio emocional se define una parte esencial del futuro. Cada conversación honesta, cada límite razonable, cada gesto de escucha les recuerda algo fundamental. Su valor trasciende cualquier reacción en pantalla. Se sostiene en la fuerza interior que descubren cuando se sienten amadas, acompañadas y libres de ser quienes son sin miedo a perderse en la mirada ajena.


¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y el pulso incierto de la vida digital lo permite.


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Bacalao para Greis y Alo.


Esta es opinión personal del columnista