12 de Octubre de 2025 | 10:20
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El pacto y la herida
DAVID VALLEJO
CÓDIGOS DEL PODER

10 Oct 2025

Hoy amaneció con un pulso distinto. Israel y Hamas aceptaron la primera etapa de un acuerdo de cese de hostilidades, liberación de prisioneros y retirada parcial hacia una línea designada. Las negociaciones continúan en Egipto mientras se cruzan las listas de canje y los mediadores afinan cada detalle. Donald Trump lo presentó como un punto de inflexión, el desenlace de aquel ultimátum que había vencido sin estruendo, pero que abrió el camino a un movimiento político inesperado.


El conflicto que hoy sacude al mundo se hunde en siglos de historia, en la disputa por una tierra sagrada para tres religiones, en la fractura que dejó la diáspora judía y en las sucesivas oleadas de ocupación, colonización y resistencia que marcaron el destino de esa franja del planeta. Desde el exilio del pueblo hebreo hasta la creación del Estado de Israel en 1948, pasando por la partición impuesta por potencias coloniales, cada decisión política alimentó una herida que nunca cicatrizó. Judíos, musulmanes y cristianos reclaman la misma tierra como origen y promesa. Allí se mezclan memoria, fe, identidad y poder. La historia ha convertido ese territorio en una encrucijada de esperanza y tragedia.


El ataque de Hamas el siete de octubre de 2023 fue el estallido más reciente de un conflicto que lleva generaciones acumulando rencores y pérdidas. La respuesta israelí destruyó barrios enteros, colapsó hospitales y dejó a millones de personas en ruinas. Gaza se volvió un territorio de polvo y llanto mientras el mundo observaba con desconcierto.


Surge una pregunta que divide a las conciencias. ¿Es esto una guerra de defensa o un crimen de exterminio? La Convención del 48 describe el genocidio como la intención deliberada de destruir a un grupo nacional o religioso. Investigaciones de Naciones Unidas concluyeron que existen motivos razonables para creer que se han cometido actos que encajan en esa definición. Organizaciones humanitarias han documentado patrones de destrucción sistemática y castigo colectivo. Israel rechaza esa acusación y sostiene que actúa frente a un enemigo armado que utiliza civiles como escudo. En medio de esa disputa legal y moral queda una verdad esencial. Las decisiones de Netanyahu no representan la totalidad de Israel ni el espíritu de su pueblo. Un país jamás puede reducirse a la estrategia de su gobierno. Hay en Israel voces que claman por compasión, médicos que atienden sin distinguir banderas, artistas que escriben sobre la dignidad, soldados que se niegan a cruzar el límite de la crueldad. Esa parte también existe y merece ser recordada.


El acuerdo anunciado hoy se sostiene en una secuencia frágil. Liberación de rehenes y prisioneros, retirada gradual de tropas, ingreso de ayuda humanitaria y supervisión internacional. Cada paso depende del anterior y cada palabra firmada puede encender o contener el desastre. Los mediadores saben que la paz se construye con gestos pacientes y silencios firmes. Cualquier vacío en el texto puede quebrar la tregua.


El conflicto se ha alimentado del exceso. Las víctimas cargan el peso de las ambiciones ajenas. Las madres de Gaza y las de Tel Aviv se reconocen en el mismo miedo. La política internacional dibuja fronteras mientras las familias buscan sobrevivir entre los escombros.


El anuncio ofrece un respiro tenue pero real. Si se cumple lo pactado, entrarán alimentos, agua y medicinas. Si se respetan las rutas, los rehenes regresarán. Si se mantiene la tregua, la reconstrucción podrá comenzar. El verbo que domina hoy es cuidar. Cuidar cada paso, cada palabra, cada gesto que sostenga la vida.


Los tribunales seguirán su camino y el derecho internacional evaluará responsabilidades. Pero la política enfrenta una tarea inmediata, convertir la firma en alivio, la tregua en esperanza y sobre todo la promesa en hechos.


Hay en este momento una posibilidad que parece pequeña y al mismo tiempo inmensa. Recordar que ninguna ideología vale lo que una vida. Que el poder pierde sentido cuando se ejerce sin compasión. Que Israel también son quienes se niegan a odiar. Que Palestina merece un amanecer sin muertes.


El desafío será mantener la calma cuando los reflectores se apaguen. La historia recuerda acuerdos que se disolvieron en el eco de las armas. Esta vez podría ser distinto si la palabra paz deja de ser consigna y se vuelve tarea.


Queda la imagen de un territorio exhausto que intenta respirar. Que la reconstrucción no repita la forma del dolor, que el regreso de los rehenes traiga consigo un poco de justicia y que el silencio de las armas abra espacio para el porvenir. Quienes hoy negocian tal vez comprendan que la verdadera victoria habita en salvar vidas y preservar lo que queda del alma.


¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto, si la inteligencia resiste y la esperanza aún respira.


Placeres culposos


Se vienen las semifinales de la MLB y el México contra Argentina en el Mundial Sub 20.


Knafeh para Greis y Alo.


Esta es opinión personal del columnista